Page 17 - Revista Islaud 81
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de mi cola algo crujía, se movía, cobraba   “Históricamente,   rimacho. No me ofendía. Me halagaba.
          vida. Yo trataba de escapar, pero él me                     Desde mi infancia supe que ser varón
          retenía, aunque no había violencia físi‑  las mujeres,      significaba tener privilegios.
          ca. Por el contrario, el gesto era cariño‑  lesbianas, travestis   En la adolescencia jugué al hockey.
          so. Me daba conversación, me mostraba                       Volvía de los entrenamientos en el 278,
          su escritorio. Siempre en esa posición,   y trans hemos sido   que me dejaba en la estación de Ban‑
          sobre su falda. Sucedía en su cuarto,                       field.  Eran  las  9  o  las  10  de  la  noche  y
          cuando me asomaba a ver qué estaba  atravesadas por         para llegar a la casa donde nos habíamos

          haciendo. Recuerdo los rayos del sol fil‑  micromachismos,   mudado tenía que cruzar las vías del
          trándose por las ventanas que daban al                      tren por un túnel solitario y con olor a
          balcón, en aquella casa antigua, de dos   situaciones de    pis. El palo de hockey era mi arma, mi
          plantas, con pisos de pinotea. No sé                        escudo protector. Nunca lo usé para eso,
          cuántas veces sucedió, pero fue más de   discriminación,    pero creía que podía defenderme si era
          una y no pasó de eso. Esa incomodidad   maltrato, acoso     necesario. Cruzarse con un hombre, en
          quedó inscripta en mi registro corporal;                    un corredor oscuro, podía ser peligroso.
          es un recuerdo indeleble. Ya de adulta y   o abuso sexual.   Lo aprendíamos. Lo sentíamos. Ellos, en
          como a las pasadas, se lo conté a mi ma‑                    cambio, caminaban seguros. Era parte
          dre. Con él no lo hablé nunca. No pude.  Crecimos creyendo   de sus privilegios masculinos.
            Cuando tenía 10 u 11 años, vi por pri‑  que por ser o       Al bajar del tren en la estación Consti‑
          mera vez un pene en la vía pública. Me                      tución, alguna vez un machito me metió
          lo mostró un tipo apoyado en una moto,   parecer mujeres    una mano en el culo. Me apoyaron en un
          en la esquina de la avenida Hipólito                        colectivo tumultuoso, atrapada entre la
          Yrigoyen y Loria, a media cuadra de mi   teníamos que       multitud. Me intimidaron en la calle con
          casa, en pleno centro de Lomas de Za‑  soportar esas        frases groseras, cargadas de contenidos
          mora. Yo había cruzado la avenida para                      sexuales, susurradas al oído en una ve‑
          hacer un mandado, y ahí estaba el tipo,   conductas, algunas   reda angosta o gritadas desde una obra
          impune, mostrando su pene erecto con                        en  construcción,  algún camión  o un
          intención de asustar a una niña. Y aun‑ de ellas delictivas”  auto importado que frenaba y andaba
          que no entendí del todo lo que pasaba,                      a la par. A veces, justo antes de salir de
          me asusté. Todavía recuerdo esa sensa‑                      casa, me sacaba la minifalda y me ponía
          ción de flojera en mis piernas, el cora‑                    un pantalón, porque pensaba que con
          zón que latía desbordado, las lágrimas                      mi vestimenta podía fomentar o provo‑
          incontenibles. No fue más que una “ex‑                      car esas guarradas. Era mi culpa.
          hibición obscena”, pero suficiente para
          entender que había hombres que, con                         En la profesión también
          solo eso, mostrar una parte de su cuer‑                     En la redacción del diario, adonde en‑
          po que yo no quería ver, podían hacer‑                      tré como becaria universitaria a los 20
          me temblar de miedo.                                        años,  el  subdirector,  un  periodista  de
            Me gustaba jugar al fútbol y jugaba                       renombre, solía recorrer la redacción, y
          con mis compañeros de la Escuela N° 37,                     buscar una espalda femenina para sobar
          de Temperley. Aprovechábamos que las                        con sus manos pegajosas. A la vista de
          calles estaban cortadas porque las iban a                   todos. A veces me tocaba a mí. Me que‑
          pavimentar y nos apropiábamos de esas                       daba paralizada. Otra vez, incómoda.
          canchas improvisadas. Me decían ma‑                         No era una mano indeseada en el culo.



                                                                                     Revista ISALUD  17
                                                                        VOLUMEN 17—NÚMERO 81—MARZO 2022
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