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de mi cola algo crujía, se movía, cobraba “Históricamente, rimacho. No me ofendía. Me halagaba.
vida. Yo trataba de escapar, pero él me Desde mi infancia supe que ser varón
retenía, aunque no había violencia físi‑ las mujeres, significaba tener privilegios.
ca. Por el contrario, el gesto era cariño‑ lesbianas, travestis En la adolescencia jugué al hockey.
so. Me daba conversación, me mostraba Volvía de los entrenamientos en el 278,
su escritorio. Siempre en esa posición, y trans hemos sido que me dejaba en la estación de Ban‑
sobre su falda. Sucedía en su cuarto, field. Eran las 9 o las 10 de la noche y
cuando me asomaba a ver qué estaba atravesadas por para llegar a la casa donde nos habíamos
haciendo. Recuerdo los rayos del sol fil‑ micromachismos, mudado tenía que cruzar las vías del
trándose por las ventanas que daban al tren por un túnel solitario y con olor a
balcón, en aquella casa antigua, de dos situaciones de pis. El palo de hockey era mi arma, mi
plantas, con pisos de pinotea. No sé escudo protector. Nunca lo usé para eso,
cuántas veces sucedió, pero fue más de discriminación, pero creía que podía defenderme si era
una y no pasó de eso. Esa incomodidad maltrato, acoso necesario. Cruzarse con un hombre, en
quedó inscripta en mi registro corporal; un corredor oscuro, podía ser peligroso.
es un recuerdo indeleble. Ya de adulta y o abuso sexual. Lo aprendíamos. Lo sentíamos. Ellos, en
como a las pasadas, se lo conté a mi ma‑ cambio, caminaban seguros. Era parte
dre. Con él no lo hablé nunca. No pude. Crecimos creyendo de sus privilegios masculinos.
Cuando tenía 10 u 11 años, vi por pri‑ que por ser o Al bajar del tren en la estación Consti‑
mera vez un pene en la vía pública. Me tución, alguna vez un machito me metió
lo mostró un tipo apoyado en una moto, parecer mujeres una mano en el culo. Me apoyaron en un
en la esquina de la avenida Hipólito colectivo tumultuoso, atrapada entre la
Yrigoyen y Loria, a media cuadra de mi teníamos que multitud. Me intimidaron en la calle con
casa, en pleno centro de Lomas de Za‑ soportar esas frases groseras, cargadas de contenidos
mora. Yo había cruzado la avenida para sexuales, susurradas al oído en una ve‑
hacer un mandado, y ahí estaba el tipo, conductas, algunas reda angosta o gritadas desde una obra
impune, mostrando su pene erecto con en construcción, algún camión o un
intención de asustar a una niña. Y aun‑ de ellas delictivas” auto importado que frenaba y andaba
que no entendí del todo lo que pasaba, a la par. A veces, justo antes de salir de
me asusté. Todavía recuerdo esa sensa‑ casa, me sacaba la minifalda y me ponía
ción de flojera en mis piernas, el cora‑ un pantalón, porque pensaba que con
zón que latía desbordado, las lágrimas mi vestimenta podía fomentar o provo‑
incontenibles. No fue más que una “ex‑ car esas guarradas. Era mi culpa.
hibición obscena”, pero suficiente para
entender que había hombres que, con En la profesión también
solo eso, mostrar una parte de su cuer‑ En la redacción del diario, adonde en‑
po que yo no quería ver, podían hacer‑ tré como becaria universitaria a los 20
me temblar de miedo. años, el subdirector, un periodista de
Me gustaba jugar al fútbol y jugaba renombre, solía recorrer la redacción, y
con mis compañeros de la Escuela N° 37, buscar una espalda femenina para sobar
de Temperley. Aprovechábamos que las con sus manos pegajosas. A la vista de
calles estaban cortadas porque las iban a todos. A veces me tocaba a mí. Me que‑
pavimentar y nos apropiábamos de esas daba paralizada. Otra vez, incómoda.
canchas improvisadas. Me decían ma‑ No era una mano indeseada en el culo.
Revista ISALUD 17
VOLUMEN 17—NÚMERO 81—MARZO 2022